Crónica de la época:
Aunque la cancha era un
completo lodazal, la gente comenzó a entrar apenas se habilitaron
las puertas, alrededor de las 16. Desde entonces, hasta que finalizó,
a las 23.30, se demostró que no había fuerza capaz de impedir
que esta vez sea la fiesta.
A las 21 se apagaron las luces del escenario, diez bengalas cortaron la
oscuridad iluminando sentimientos y el grupo comenzó el recital
con el estadio colmado. El recital comenzó con "Nuestro
amo juega al esclavo", ese que dice (y nunca fué
tan precisa la expresión "violencia es mentir",
en ese tiempo post-Olavarría). "Nuevamente, gracias
por el aguante", dice el Indio y, todos, entendimos que
hablaba de hoy, pero también de antes y después, de siempre.y
recomendó que nos cuidemos bien a la salida.
El intendente Julio José Zanatelli estuvo a punto de ser tan obtuso
como su par de Olavarría. Inicialmente descartó de plano
que fuera a permitirse la realización del recital. Sin embargo,
minutos después aceptó tratar el asunto que en un lapsus
definió como "esto de los Ricotitos de Redonda".
Tras reunirse con integrantes del Legislativo comunal, la máxima
autoridad política de la ciudad reconoci� haberse apresurado
en su primera decisión. La predisposición era la mejor y
ya se fijaba como fecha elegida al primer fin de semana de octubre.
Aunque hubo también una controversia respecto del lugar de realización,
quedó determinado que el único que cumplía los requisitos
era el estadio San Martín.
Los Redondos tocarían en Tandil después de haberlo hecho
en 1988, en el Teatro Estrada. Esta vez, con dos décadas de notable
trayectoria, ocho discos grabados (uno de ellos doble) y una concurrencia
que se había multiplicado de manera impensada.
A las 21; se apagaron las luces, algunas bengalas cortaron la oscuridad
y empezó el renovado idilio entre los redonditos de arriba y los
redonditos de abajo, en medio de un evidente clima de revancha por lo
sucedido en Olavarría. No por casualidad el arranque fue con "Nuestro
amo juega al esclavo", aquel que sentencia lo de "violencia
es mentir". Afinado por Solari, con aspereza y nitidez. Gritado por
todos los demás, con la voz y el corazón.
Después del primer tema, el Indio agradeció "una vez
más, el aguante" y durante 45 minutos el grupo demostró
sus virtudes con la base de Walter Sidotti en batería y Semilla
Bucciarelli en bajo, el brillo de Skay Beillinson en guitarra y el aporte
de Sergio Dawi en saxo.
Pasado ese lapso, una voz anunció que habría un intervalo.
El campo de juego se había transformado en una masa de barro, el
agua había mojado los equipos y amagó con arruinarlo todo.
Pero el temple de la banda pudo más y media hora después
volvió a escena con una impresionante seguidilla a puro rock.
Dadas las circunstancias, hubo una lógica decisión de acotar
el show, que incluyó sobre el final "Juguetes perdidos"
(acompañado por las luces de las bengalas), "Nueva Roma"
y "Vamos las bandas", para concluir con el clásico "Ji
ji ji", generando el descontrolado remolino de gente que el propio
Solari se encargaría de describir años después como
"el pogo más grande del mundo".
Apenas pasadas las 23.30, abandonaba el San Martín una multitud
embarrada de pies a cabeza y satisfecha en sus corazones. Segura de que
el sueño no terminaba. Tampoco terminó, casi una década
después de aquella noche inolvidable y a seis años de la
última vez que Los Redondos subieron a un escenario. Por más
que nuestro amo siga jugando al esclavo, y aunque nos sigan castigando
a pura mentira.
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